domingo, 24 de junio de 2012

La residencia

La mayoría de nosotros somos incapaces de imaginarnos ambulando precariamente entre unas barras paralelas ayudados por una fisioterapeuta. Un metro, no más, nos separa de la silla de ruedas que suele trasladarnos de un lado al otro de la residencia. 
Para la mayoría de nosotros esto puede suponer una "no vida", dependiendo de que nos compren y hagan la comida, que no escogemos. Decidan lo que nos puede entretener o no. Y la mejor hora para acostarse o levantarse.  
La mayoría de nosotros no tiene presente que, ya en nuestra juventud, las cosas pueden ser iguales. Caminamos entre pasarelas autorizadas. Comemos lo que nos podemos permitir y nos acostamos en función del "dios despertador". Tampoco hay demasiadas diferencias. 
Por eso no nos va a extrañar, si toca.




Al menos, en la residencia estarán pendientes de nosotros y se desvelaran por cuidarnos. 
Igual puede ser un final feliz a demasiadas amarguras pasadas.

miércoles, 20 de junio de 2012

Seleccionando

No, este mozo no está preparando la Selectividad, esas pruebas que en base a su porcentaje de aprobados no parecen seleccionar nada. Habrá que llamarlas Clasificatorias, puesto que su propósito parece ser dividir a los futuros universitarios en dos categorías: los que estudian lo que quieren y los que estudian lo que pueden. Y eso que en España hay universidades en casi cualquier unidad territorial que le permite a un político crear una.


Y eso es lo que está haciendo nuestro mozo: intentar que sus notas sean suficientemente altas para que, llegado el momento de decidir, sea su vocación, sus intereses o cualquier otra consideración personal las que le lleven hasta esa actividad de la que, si todo va bien, vivirá el resto de sus días, y no toda una serie de reglas administrativas derivadas en muchos casos del conformismo o incapacidad de los gestores. Tensión, amargura y esfuerzo que e añaden al trabajo intelectual en pleno periodo de su maduración como persona.

domingo, 17 de junio de 2012

Diez segundos más o menos.


No son todos los días, ni es a la misma hora. Únicamente cuando me acuerdo.

Intento conseguir siempre el mismo encuadre, pero no lo logro; unas veces se queda más a la izquierda, otras a la derecha, o más arriba o más abajo. Lo único cierto es que, con el visor en el ojo, cuento diez y disparo.

E incluso me engaño pensando que en esto hay algo cierto... Cuento mentalmente, y unas veces serán once o doce segundos, y otras siete u ocho.

¿Y que importa? si me gusta hacerlo. ¿Qué importa si no se por que lo hago?.



domingo, 10 de junio de 2012

Una mañana en el cine




Son las 8 de la mañana y las bocas del metro de Rambla Catalunya se tragan a los últimos rezagados de la fiesta nocturna.  A lo lejos veo una figura de negro con sombrero en una pose extraña. El Maestro ya está trabajando, aprovecha el último hueco que hay en la acera antes de que una furgoneta de reparto aparque para hacer una foto de la entrada del cine.

Después de un saludo y un fuerte abrazo me enseña la foto que acaba de conseguir… el listón está muy alto ya desde el principio, una foto irrepetible, llegamos tarde.
Poco a poco  va apareciendo el resto del grupo, grandes mochilas, trípodes enormes, caras de sueño y alegría por vernos de nuevo para hacer de las nuestras.

Tomamos un café y poca cosa más, hay que ir a por faena, el cine ha abierto las puertas y Antonio el operador de proyección ya debe estar trabajando. Entramos dentro y al cabo de un rato nos avisan que podemos subir por una escalera estrecha y empinada que nos lleva a la sala de proyectores..

De repente la sensación  de glamour que nos brindaba la entrada principal del cine desaparece y en su lugar nos encontramos con una sala más bien pequeña y abarrotada de maquinaria, cables, proyectores y otros enseres mal iluminados por una tenue luz que proviene de pequeñas bombillas de 8 vatios como mucho.




Poco a poco va calando la magia del lugar y nos vamos dando cuenta de la complejidad fotográfica del ambiente, poquísimo espacio y escasez de luz, los trípodes casi entrechocando los unos con los otros,  además, los destellos de flash están prohibidos para no molestar a los espectadores de la sala así que el Maestro decide sacarse un as de la manga y iluminarnos la escena con un potente proyector que se saca de la chistera.

Después de conseguir domar el poderoso haz de luz seguimos con lo nuestro, las horas pasan volando y donde en un principio no veíamos ningún tema interesante ahora las formas y texturas parecen fluir mientras Antonio nos va explicando su oficio. Parece que su narración se va hilvanando con las imàgenes que conseguimos tomar.

Se nos hace tarde y Antonio tiene que poner en marcha los proyectores de la sala inferior, nada interesante comparado con la maquinaria antigua con sus formas redondeadas y sutiles, nos despedimos de Antonio con la promesa de regalarle nuestras mejores fotos, él desparece escaleras arriba donde aún, la magia del cine sigue dando vueltas con su sonido particular.