La mayoría de nosotros somos incapaces de imaginarnos ambulando precariamente entre unas barras paralelas ayudados por una fisioterapeuta. Un metro, no más, nos separa de la silla de ruedas que suele trasladarnos de un lado al otro de la residencia.
Para la mayoría de nosotros esto puede suponer una "no vida", dependiendo de que nos compren y hagan la comida, que no escogemos. Decidan lo que nos puede entretener o no. Y la mejor hora para acostarse o levantarse.
La mayoría de nosotros no tiene presente que, ya en nuestra juventud, las cosas pueden ser iguales. Caminamos entre pasarelas autorizadas. Comemos lo que nos podemos permitir y nos acostamos en función del "dios despertador".
Tampoco hay demasiadas diferencias.
Por eso no nos va a extrañar, si toca.
Al menos, en la residencia estarán pendientes de nosotros y se desvelaran por cuidarnos.
Igual puede ser un final feliz a demasiadas amarguras pasadas.
domingo, 24 de junio de 2012
miércoles, 20 de junio de 2012
Seleccionando
No, este mozo no está preparando la Selectividad, esas pruebas que en base a su porcentaje de aprobados no parecen seleccionar nada. Habrá que llamarlas Clasificatorias, puesto que su propósito parece ser dividir a los futuros universitarios en dos categorías: los que estudian lo que quieren y los que estudian lo que pueden. Y eso que en España hay universidades en casi cualquier unidad territorial que le permite a un político crear una.
Y eso es lo que está haciendo nuestro mozo: intentar que sus notas sean suficientemente altas para que, llegado el momento de decidir, sea su vocación, sus intereses o cualquier otra consideración personal las que le lleven hasta esa actividad de la que, si todo va bien, vivirá el resto de sus días, y no toda una serie de reglas administrativas derivadas en muchos casos del conformismo o incapacidad de los gestores. Tensión, amargura y esfuerzo que e añaden al trabajo intelectual en pleno periodo de su maduración como persona.
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Rodolfo Canet,
Vida cotidiana
domingo, 17 de junio de 2012
Diez segundos más o menos.
No son todos los días, ni es a la misma hora. Únicamente
cuando me acuerdo.
Intento conseguir siempre el mismo encuadre, pero no lo
logro; unas veces se queda más a la izquierda, otras a la derecha, o más arriba
o más abajo. Lo único cierto es que, con el visor en el ojo, cuento diez y
disparo.
E incluso me engaño pensando que en esto hay algo cierto... Cuento mentalmente, y unas veces serán once o doce segundos, y otras siete u
ocho.
¿Y que importa? si me gusta hacerlo. ¿Qué importa si no se
por que lo hago?.
domingo, 10 de junio de 2012
Una mañana en el cine
Son las 8 de la mañana y las bocas del metro de Rambla
Catalunya se tragan a los últimos rezagados de la fiesta nocturna. A lo lejos veo una figura de negro con
sombrero en una pose extraña. El Maestro ya está trabajando, aprovecha el
último hueco que hay en la acera antes de que una furgoneta de reparto aparque para
hacer una foto de la entrada del cine.
Después de un saludo y un fuerte abrazo me enseña la foto
que acaba de conseguir… el listón está muy alto ya desde el principio, una foto
irrepetible, llegamos tarde.
Poco a poco va
apareciendo el resto del grupo, grandes mochilas, trípodes enormes, caras de
sueño y alegría por vernos de nuevo para hacer de las nuestras.
Tomamos un café y poca cosa más, hay que ir a por faena,
el cine ha abierto las puertas y Antonio el operador de proyección ya debe
estar trabajando. Entramos dentro y al cabo de un rato nos avisan que podemos
subir por una escalera estrecha y empinada que nos lleva a la sala de
proyectores..
De repente la sensación de glamour que nos brindaba la entrada principal del cine
desaparece y en su lugar nos encontramos con una sala más bien pequeña y
abarrotada de maquinaria, cables, proyectores y otros enseres mal iluminados
por una tenue luz que proviene de pequeñas bombillas de 8 vatios como mucho.
Poco a poco va calando la magia del lugar y nos vamos
dando cuenta de la complejidad fotográfica del ambiente, poquísimo espacio y
escasez de luz, los trípodes casi entrechocando los unos con los otros, además, los destellos de flash están
prohibidos para no molestar a los espectadores de la sala así que el Maestro decide
sacarse un as de la manga y iluminarnos la escena con un potente proyector que
se saca de la chistera.
Después de conseguir domar el poderoso haz de luz
seguimos con lo nuestro, las horas pasan volando y donde en un principio no
veíamos ningún tema interesante ahora las formas y texturas parecen fluir
mientras Antonio nos va explicando su oficio. Parece que su narración se va
hilvanando con las imàgenes que conseguimos tomar.
Se nos hace tarde y Antonio tiene que poner en marcha los
proyectores de la sala inferior, nada interesante comparado con la maquinaria
antigua con sus formas redondeadas y sutiles, nos despedimos de Antonio con la
promesa de regalarle nuestras mejores fotos, él desparece escaleras arriba
donde aún, la magia del cine sigue dando vueltas con su sonido particular.
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