domingo, 22 de septiembre de 2013

La muerte dulce


Javier tiene 86 años. Se mantenía bien hasta hace un par de meses. Pero perdió, casi de un día a otro, el apetito. Le costaba ir de vientre. Y manchaba un poco de sangre. Los primeros días no dijo nada a nadie. Pero, se sentía cada vez peor y, al fin, se lo contó a su mujer.
Le llevaron al hospital. No fueron necesarias demasiadas pruebas. Tenía cáncer de colon.
El internista que le atendía comentó con cirugía. Un tratamiento radical no era posible. Demasiado agresivo para Javier. Que además era diabético y padecía del corazón. Podían resecar algo del tumor y hacer un bypass para mantener el tránsito intestinal. No se libraba de la enfermedad, pero igual mejoraba su calidad de vida. A lo mejor.
Le operaron. Mas o menos bien. A la semana empezó a toser y ahogarse. Tenía una pulmonía. Los antibióticos mataron al microbio.
Pero Javier ya casi no comía nada. Los pensamientos se fueron de su control. Incapaz de levantarse de la cama. Cada vez más débil.
Hace una semana que soy su médico. Hemos hecho las cosas que parece se deben hacer. Pero Javier va a su ritmo. Ya se niega a comer, no quiere levantarse de la cama. Sonrie cuando me ve. Eso si.
Hoy dijo que quería una muerte dulce. Se siente orgulloso por ser el último que se va de sus amigos. Cuenta, que en la plaza, en Singerlin, habían hecho apuestas. El siempre era el primero de la lista. Y, al final, será el último en marchar.
- ¿Miedo a morir? ¡Para nada!
- He vivido miserias y alegrías. Mas de esas que de las otras. Pero ya quiero estar tranquilo.
- Hable con mi mujer. Ella es mi vida. Le explicará mejor que yo.
Rosalia es 10 años más joven que Javier. Tiene su edad, pero lo lleva bien. Lleva 50 años en Cataluña pero sigue siendo muy de su Carmona natal.
- Mi marido es muy listo. Llegó aquí, sin nada. Y montó el taller. Ahora lo llevan mis hijos. El les dio todo.
- Ya se como está. Lo dijo la cirujana.
- Doctor. El quiere una muerte dulce. Que no sufra. Estaremos siempre con el. No nos falle, doctor.


martes, 17 de septiembre de 2013

Vicent Carrión: Olor a aceite quemado

Hacía muchos años que no asistía a una competición motociclista en directo. Recuerdo, en la década de los ochenta, ver en una población vecina a la mía como Jorge Martínez “Aspar” vencía a Joaquín Alós “El Gato”, el piloto “number one” de mi pueblo en la época. Al final de la carrera, el de felino mote atribuía la victoria de “Aspar”  – el apodo le viene, tengo entendido, de su abuelo, que era “aspardenyer”, es decir, en la lengua valenciana, el artesano que hace alpargatas –  a su máquina: un “pepino” comparada con el “aparato asmático” que él llevaba.

Desde entonces veo las motos por la tele y, claro, al asistir un día del pasado agosto a la prueba que se celebra anualmente durante la Fira de Xàtiva, no pude más que, igual que un japonés al ver una “mascletà” por primera vez, quedar impactado, impresionado.







El olor a aceite quemado, la humareda de las salidas, el rugir de los motores, los pilotos tan cerca, la parafernalia que rodea todo este mundo… en fin, un cúmulo de sensaciones que hacen que la gente prefiera ver estos espectáculos en vivo, a pesar de que no se pueda disfrutar de la repetición de un adelantamiento o incluso no se sepa, inmediatamente, quién ha ganado.







No soy un forofo del motociclismo pero os aseguro que esa mañana lo pasé en grande.