lunes, 18 de noviembre de 2013

Leonardo Barahona: A un amigo

Cuando colgué el teléfono me di cuenta que no te lo había contado todo.
Ya te dije que me preocupa cómo tengo que proceder con él, ¿entiendes?.
Quiero acompañarle. Cuando estamos juntos, hablamos. Antes era yo el que no paraba de hablar, así él no tenía que esforzarse en encontrar la siguiente palabra, me miraba callado, casi siempre con una sonrisa en los labios. Cuando era él el que hablaba, se sentía mal viendo que no era capaz de terminar una frase, de no poder contarme el último matiz de la historia que tuviera en la cabeza. Ya no, ahora le dejo hablar, ya no se para a buscar, las palabras brotan fluidamente de sus labios, aunque no de su mente. A ratos se da cuenta que lo que está diciendo carece de sentido y calla. Me gustaría contarle que no importa, pero no estoy seguro de si me entendería y decido no arriesgarme. Sus pensamientos van y vienen a un ritmo extraño… ¡Ay! qué difícil es esto.
Si, ya lo sé, pero no puedo evitar sentirme culpable. Hay momentos -esos momentos anodinos- en los que me acuerdo especialmente, y quiero ir, dejar lo que esté haciendo y estar con él, porque nos queda poco tiempo juntos, eso lo sabemos tu y yo. Él también lo sabe.



Voy llorándole poco a poco y así espero que cuando se vaya duela menos. Cada vez soy más consciente que ya se ha ido una parte de él, es una vela que se está apagando. A fuerza de entristecerme, ya no intento recordar cómo fue. Tendré que conformarme con esa chispa de luz en la mirada, con ese requiebro de entendimiento fugaz, con el laberinto imposible de su demencia senil descifrado por un instante.


Gracias por ayudarme con mi padre, amigo.

2 comentarios:

  1. Cuando nos vamos despacio. Tal vez una de las entradas más hermosas que se han publicado en el blog. Para leer, releer y pensar.

    ResponderEliminar