lunes, 11 de noviembre de 2013

La historia más bella del mundo


Este hombre que busca el billete para pagar su carajillo está a punto de desmayarse. Cae al suelo desvalido, la mujer se levanta, alarmada, para ayudarle. El hombre no responde, llaman a una ambulancia, suben al hombre a la camilla. La mujer no lo piensa, sube a la ambulancia con él. El hombre ha vuelto en sí y la mira tras la mascarilla de oxígeno con unos ojos pequeños y vidriosos. La mujer esquiva su mirada y piensa que, total, no hay nadie esperándola en casa. Su marido, en paro, era quien cuidaba de la casa, permanecía allí solo todo el día, le decía. Pero ella, ausente en su turno doble de limpiadora de oficinas, no se enteraba de lo que parecía inevitable. Así que un día dejaron de esperarla.

Llegan al hospital, los reciben, la dejan esperando en una salita. La mujer espera, por qué no. Sale un médico a informarla, como si fuera algún pariente. "Su padre está bien, un chichón de la caída, pero dígale que deje el alcohol y que se tome sus pastillas". El hombre entra empujado en una silla de ruedas. "Aquí está su hija, Simón". Esta vez sí se miran. Cogen un taxi. "Gracias por no decir que no soy tu padre". Es viudo desde hace cuatro meses, tampoco le espera nadie en casa, no tiene hijos, nunca llegaron. Él y su mujer se preguntaban si sería mejor así, con la de disgustos que dan. "Me llamo Esther". "Pero tutéame, mujer". "Es que podría ser mi padre". "Por eso mismo".

Texto: Rafael Maldonado
Foto: Salvador Altimir

0 comentarios:

Publicar un comentario