sábado, 20 de octubre de 2012

Edades


Cuando los humanos dejamos la infancia y entramos a la adolescencia descubrimos que hay un mundo tras las paredes de la familia. ¡Los amigos! Pasaremos años buscando amistades, intentando consolidarlas. La relación con otros seres humanos es lo más importante. Buscamos, también, el amor. Establecer una relación de pareja. Que soñamos estable. Y, con suerte indefinida.


A medida que crecemos y cruzamos la frontera mágica (y magíca) de los 30 años (+ o -), sin abandonar las ansias de relación, aparece el deseo de dejar huella en la vida. De preocuparnos por la trascendencia de lo que hacemos. Empezamos a pensar en la gente que viene por detrás. En educar a nuestros hijos. En comprometernos en el trabajo. Intentar que el mundo sea mejor. Ya no solo para nosotros, que es la idea adolescente. También para los demás. Que existen o existirán.


Esto supone una curva de crecimiento apasionante que, lamentablemente, tiene un momento de inflexión. La vejez. ¿Que hay que hacer entonces? Posiblemente, pensar que si no llegamos a algo, otras cosas también pueden ser atractivas. Es la adaptación. También hay que mantener la ilusión en seguir dejando huella. Aportar nuestro pequeño o grande granito que ayude a mejorar la humanidad. Avanzar.
Entiendo que coexistimos cinco generaciones. Los niños hasta los 14 años. Los adolescentes y jóvenes que se prolongan hasta los 30. Los adultos hasta los 70. Y los viejos hasta el mas allá.
A medida que avanzamos en generación pasamos de gran heterogeneidad (No tiene nada que ver un niño de 2 años con otro de 12, pero más cerca están una chica de 17 con otra de 27) a una mayor homogeneidad (No es complicada la relación de un hombre de 38 con otro de 62) Incluso en la relación de pareja. Posiblemente conseguirán mayor estabilidad dos personas de 55 y 35 años que otras de 45 y 25, aunque se lleven, en ambos casos, 20 años de diferencia.



El dialogo intergeneracional es complejo. Hoy me preguntaron sobre eso. Parece ser que el más sencillo es entre los niños y los ancianos. No se. Aunque es seguro que los abuelos saben (aunque no lo sepan) que están protegiendo al 25% de su carga genética.
Es un tema que da para pensar mucho. Tengo que aprender más psicología evolutiva si quiero mejorar en mi conocimiento. Que ando muy verde.

4 comentarios:

  1. Gran entrada, Salva. Muy interesante y educativa, recordándonos lo que todos hemos visto y muchos vivido: lo bien que se llevan los niños y los ancianos. Digo ancianos y no abuelos a propósito. Pese a que en ocasiones no se ve bien, suele haber bastante empatía entre pequeñuelos y gente mayor y es normal que cristalice en curiosas amistades a lo Chanquete. Entre jóvenes y ancianos aparece la ternura, pero no creo que sea el caso de los chavales. Los abuelos son el caso extremo y a la vez genérico de esta buena relación. Más que la carga genética compartida, similar a la de los primos, creo que es una cuestión de la cercanía en casa.

    Por cierto, me gusta especialmente la primera foto. Tiene un no se qué muy atractivo; quizás sea la luz o lo bien que le sienta ese trozo de cielo que se adivina. :-P

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  2. es la historia de la vida, muy bien relatada
    un saludo
    Xavier Ferrer

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  3. También a mí me ha gustado la "historia de la vida". Y además con buen acompañamiento visual. Quizá haya echado de menos una imagen infante-mayor.

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  4. He disfrutado de la lectura.
    Como andas muy verde (¿tuu?), te cuento -con cariño y un poco de sorna- la experiencia con mis padres y sus nietos: cuanto más pequeños son los niños mayor es el aprecio de sus abuelos. En nuestro caso, el "más chico" es mi hijo Ignacio y con 10 años empieza a quedarles "grande"... pero se lo comen a besos.
    Un abrazo, Salva

    Leo

    p.d. Os leo a todos.

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